INFANCIA Y LOCURA, SEXUALIDAD Y ASEXUALIDAD
Sin embargo, el ajedrez se aprende mejor en la infancia y son frecuentes los niños prodigio del tablero. La predisposición natural apara la abstracción que existe en la infancia –y que tiende a estrecharse por el aprendizaje de menesteres prácticos, concretos- explica que en el ajedrez, y en otros campos abstractos por excelencia como las matemáticas o la música, se dé a luz este género de enfant terrible.
A propósito de infancia y ajedrez recuerdo una anécdota del primer campeón oficial de ajedrez del mundo, Wilhelm Steinitz (1836-1900). El maestro checo viajaba en ferrocarril y se puso a conversar con un comerciante acompañado por su hija de ocho años. Cuando la niña escuchó que la profesión de ese hombre era el ajedrez, dijo: “¿Todavía juega usted ajedrez? ¡Huy, yo jugaba cuando era pequeña, pero ahora ya no!”. Naturalmente, el padre de esa niña y Steinitz rieron de buena gana. Pero no olvidemos que el pequeño y gran Steinitz, el descubridor del juego posicional, se volvería loco. Loco por el ajedrez siempre estuvo, pero cosa diferente es que a causa del ajedrez enloqueciera y al final de sus días jurara que por medio de la electricidad podía comunicarse con Dios, con quien jugaba ajedrez y a quien se permitía dar las blancas y peón de ventaja.
La variante lamentable de la locura no solo ha sido jugada por Steinitz: también por otras luminarias como los norteamericanos Paul Morphy y Harry Nelson Pillsbury, el ruso Akiba Rubinstein, el mexicano Carlos Torre o el personaje de la magistral novela La defensa de Nabokov, el indefenso Lushin. Se cuenta que al final de su vida, Morphy, retirado del ajedrez a los veintiún años, padeció manía persecutoria y que ordenaba en semicírculo zapatos de mujer; murió en una tina de baño en Nueva Orleáns a los cuarenta y siete años de edad.
Del yucateco Carlos Torre (que, por cierto, trabajó de joven en una zapatería en Nueva Orleáns) se dice que, después de juna corta, brillante y agotadora serie de torneos internacionales (en que, entre otras cosas, entabló con Alekhine y Capablanca y venció a Lasker), después de tomar unas copas en un bar de la Calle 115 de Nueva York, perdió la memoria, se quitó la ropa y, como hombre mono, se fue caminando al zoológico. A los veinticuatro años Torre se vio forzado por razones médicas a dejar el ajedrez.
El doctor Rey Ardid, catedrático de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Zaragoza, España, y ajedrecista hasta por su nombre, ha explicado que las personalidades con capacidad de concentración y poco comunicativas se ven atraídas por el ajedrez, que puede intensificar la propensión a enfermedades mentales, de por sí naturales a estos “temperamentos esquizotímicos”.
Fascinante, porque crea un mundo cerrado, con coordenadas espacio-temporales propias, el ajedrez es al mismo tiempo peligroso, pues es fatalmente adictivo y suprime al mundo exterior, con todo y dimensiones tan fundamentales como la sexual.
Alekhine y Fischer (el Fischer activo) encabezan la larga lista de los maestros para quienes el ajedrez es lo más importante en el mundo, más aun que el mundo mismo. Fuera del ajedrez, Alekhine no encontraba mejor cosa que beber (“El ajedrez y el vino nacieron hermanos”, dice una vieja máxima rusa suficientemente confirmada por Alekhine, Bogoljubow, Chigorin, Tal…), ni Fischer otra que leer tiras cómicas Mad. ¿Y las mujeres? En el medio ajedrecístico son considerablemente altas las estadísticas de solterones, divorciados y casados con adúlteras sistemáticas, cosa que en términos ajedrecísticos, se traduciría como descuidar el flanco de dama.
Misógino por excelencia, Fischer declaró: “Las mujeres son débiles, todas las mujeres. Son estúpidas comparadas con los hombres. No deberían jugar ajedrez. Son como principiantes. Pierden cada una de las partidas que juegan contra hombres”. Y sobre el matrimonio opina: “El ajedrez es mejor”.1
Cuando eran amigos, antes de enfrentarse por el campeonato mundial, Alekhine y Capablanca fueron juntos una noche de 1922 en Londres a un show. Mientras el siempre galante Capablanca no apartaba la mirada de las coristas, Alekhine no apartaba la mirada de su ajedrez de bolsillo. Alekhine se casó cuatro veces, siempre con mujeres mayores que él. A Capablanca se le vio en 1927, en Buenos Aires, bailar tangos con bellas argentinas en pleno match contra Alekhine. Por atender damas, Capablanca descuidó el flanco de rey y Alekhine le arrebató la corona, la colocó sobre su cabeza y no volvió ni a enseñársela al cubano.
El caballeroso Boris Spassky, que en 1993 se había casado tres veces, según esa maravillosa enciclopedia del ocio que es The Even More Complete Chess Addict, describió la relación con su primera esposa como “de alfiles de colores opuestos”.2
El símbolo de la ambigüedad sexual en ajedrez lo encarna como nadie Chevalier o Madame D’Éon de Beaumont (1728-1810), miembro del St. George Club de Londres, que en una sesión de simultáneas a la ciega de Philidor derrotó al clásico maestro, entre otros triunfos ajedrecísticos notables. Travestido como Madame D’Éon de Beaumont, fue espía de Luis XV y realizó misiones secretas en Rusia e Inglaterra. Para aclarar la cuestión de su sexo, un tribunal de mujeres de Londres le practicó un examen, el 24 de mayo de 1771, que arrojó el extraño resultado de “Sexo dudoso”. Pero un segundo examen, en 1777, avaló su sexo femenino. Sobresalió como dama de compañía de la emperatriz Isabel, antecesora de Catalina la Grande, y de la emperatriz María Antonieta. Después de la guerra de los Siete Años se presentó como varón, explicando que era hermano de la estimada Madame D’Éon. Tan convincente era su personalidad femenina (o tan necesarios sus servicios y su presencia como madame), que cuando apareció en la corte de Versalles “vestida” de hombre, se le ordenó que se quitara el disfraz masculino y volviera a su atuendo y modales de dama. Años después tuvo desavenencias con el gobierno de París y amenazó con vender a los ingleses toda la información confidencial de su trabajo como espía. Por esa razón, en dos ocasiones trataron –infructuosamente- de envenenarla agentes franceses. Murió a muy avanzada edad, cuando al batirse en duelo se enredó en su propia falda (como si por fin se le enredaran los dos sexos) y se ensartó en la espada de su rival. Sólo el examen post mortem pudo determinar su sexo masculino.
1 CF. Mike Fox y Richard James, The Even More Complete Chess Addict, Londres-Boston, Faber and Faber, 1987 y 1993, pp.260-261.
2 Ibid., p. 262.
A propósito de infancia y ajedrez recuerdo una anécdota del primer campeón oficial de ajedrez del mundo, Wilhelm Steinitz (1836-1900). El maestro checo viajaba en ferrocarril y se puso a conversar con un comerciante acompañado por su hija de ocho años. Cuando la niña escuchó que la profesión de ese hombre era el ajedrez, dijo: “¿Todavía juega usted ajedrez? ¡Huy, yo jugaba cuando era pequeña, pero ahora ya no!”. Naturalmente, el padre de esa niña y Steinitz rieron de buena gana. Pero no olvidemos que el pequeño y gran Steinitz, el descubridor del juego posicional, se volvería loco. Loco por el ajedrez siempre estuvo, pero cosa diferente es que a causa del ajedrez enloqueciera y al final de sus días jurara que por medio de la electricidad podía comunicarse con Dios, con quien jugaba ajedrez y a quien se permitía dar las blancas y peón de ventaja.
La variante lamentable de la locura no solo ha sido jugada por Steinitz: también por otras luminarias como los norteamericanos Paul Morphy y Harry Nelson Pillsbury, el ruso Akiba Rubinstein, el mexicano Carlos Torre o el personaje de la magistral novela La defensa de Nabokov, el indefenso Lushin. Se cuenta que al final de su vida, Morphy, retirado del ajedrez a los veintiún años, padeció manía persecutoria y que ordenaba en semicírculo zapatos de mujer; murió en una tina de baño en Nueva Orleáns a los cuarenta y siete años de edad.
Del yucateco Carlos Torre (que, por cierto, trabajó de joven en una zapatería en Nueva Orleáns) se dice que, después de juna corta, brillante y agotadora serie de torneos internacionales (en que, entre otras cosas, entabló con Alekhine y Capablanca y venció a Lasker), después de tomar unas copas en un bar de la Calle 115 de Nueva York, perdió la memoria, se quitó la ropa y, como hombre mono, se fue caminando al zoológico. A los veinticuatro años Torre se vio forzado por razones médicas a dejar el ajedrez.
El doctor Rey Ardid, catedrático de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Zaragoza, España, y ajedrecista hasta por su nombre, ha explicado que las personalidades con capacidad de concentración y poco comunicativas se ven atraídas por el ajedrez, que puede intensificar la propensión a enfermedades mentales, de por sí naturales a estos “temperamentos esquizotímicos”.
Fascinante, porque crea un mundo cerrado, con coordenadas espacio-temporales propias, el ajedrez es al mismo tiempo peligroso, pues es fatalmente adictivo y suprime al mundo exterior, con todo y dimensiones tan fundamentales como la sexual.
Alekhine y Fischer (el Fischer activo) encabezan la larga lista de los maestros para quienes el ajedrez es lo más importante en el mundo, más aun que el mundo mismo. Fuera del ajedrez, Alekhine no encontraba mejor cosa que beber (“El ajedrez y el vino nacieron hermanos”, dice una vieja máxima rusa suficientemente confirmada por Alekhine, Bogoljubow, Chigorin, Tal…), ni Fischer otra que leer tiras cómicas Mad. ¿Y las mujeres? En el medio ajedrecístico son considerablemente altas las estadísticas de solterones, divorciados y casados con adúlteras sistemáticas, cosa que en términos ajedrecísticos, se traduciría como descuidar el flanco de dama.
Misógino por excelencia, Fischer declaró: “Las mujeres son débiles, todas las mujeres. Son estúpidas comparadas con los hombres. No deberían jugar ajedrez. Son como principiantes. Pierden cada una de las partidas que juegan contra hombres”. Y sobre el matrimonio opina: “El ajedrez es mejor”.1
Cuando eran amigos, antes de enfrentarse por el campeonato mundial, Alekhine y Capablanca fueron juntos una noche de 1922 en Londres a un show. Mientras el siempre galante Capablanca no apartaba la mirada de las coristas, Alekhine no apartaba la mirada de su ajedrez de bolsillo. Alekhine se casó cuatro veces, siempre con mujeres mayores que él. A Capablanca se le vio en 1927, en Buenos Aires, bailar tangos con bellas argentinas en pleno match contra Alekhine. Por atender damas, Capablanca descuidó el flanco de rey y Alekhine le arrebató la corona, la colocó sobre su cabeza y no volvió ni a enseñársela al cubano.
El caballeroso Boris Spassky, que en 1993 se había casado tres veces, según esa maravillosa enciclopedia del ocio que es The Even More Complete Chess Addict, describió la relación con su primera esposa como “de alfiles de colores opuestos”.2
El símbolo de la ambigüedad sexual en ajedrez lo encarna como nadie Chevalier o Madame D’Éon de Beaumont (1728-1810), miembro del St. George Club de Londres, que en una sesión de simultáneas a la ciega de Philidor derrotó al clásico maestro, entre otros triunfos ajedrecísticos notables. Travestido como Madame D’Éon de Beaumont, fue espía de Luis XV y realizó misiones secretas en Rusia e Inglaterra. Para aclarar la cuestión de su sexo, un tribunal de mujeres de Londres le practicó un examen, el 24 de mayo de 1771, que arrojó el extraño resultado de “Sexo dudoso”. Pero un segundo examen, en 1777, avaló su sexo femenino. Sobresalió como dama de compañía de la emperatriz Isabel, antecesora de Catalina la Grande, y de la emperatriz María Antonieta. Después de la guerra de los Siete Años se presentó como varón, explicando que era hermano de la estimada Madame D’Éon. Tan convincente era su personalidad femenina (o tan necesarios sus servicios y su presencia como madame), que cuando apareció en la corte de Versalles “vestida” de hombre, se le ordenó que se quitara el disfraz masculino y volviera a su atuendo y modales de dama. Años después tuvo desavenencias con el gobierno de París y amenazó con vender a los ingleses toda la información confidencial de su trabajo como espía. Por esa razón, en dos ocasiones trataron –infructuosamente- de envenenarla agentes franceses. Murió a muy avanzada edad, cuando al batirse en duelo se enredó en su propia falda (como si por fin se le enredaran los dos sexos) y se ensartó en la espada de su rival. Sólo el examen post mortem pudo determinar su sexo masculino.
1 CF. Mike Fox y Richard James, The Even More Complete Chess Addict, Londres-Boston, Faber and Faber, 1987 y 1993, pp.260-261.
2 Ibid., p. 262.
1 comentario:
que espacio tan agradable a la lectura además de compartir generalidades del ajedrez, es muy entretenida como lectura de pasatiempo.
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